Por Doug Beacham
Muchos de nosotros hemos escuchado y visto el comando militar, “Presentar Armas”. Si está desarmado, indica un saludo con la mano derecha y si está armado, hay una rápida inclinación a medida que el rifle es movido desde el hombro hacia una posición vertical justo en frente del soldado. Es una señal de respeto que se deriva del soldado(s) que ya mantiene una posición de “atención”.
Pienso en esto en vista de nuestra continua atención en la santidad y santificación. El apóstol Pablo apeló ante los romanos cristianos, “Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto” (Romanos 12:1, RVR1995). El siguió lo dicho centrándose en la cuestión de la presentación de la vida de alguien: “No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (12:2).
En su segunda carta a los Corintios, Pablo hace referencia a “en palabra de verdad, en poder de Dios y con armas de justicia a diestra y a siniestra” (2 Corintios 6:7). En la misma carta también hace reseña sobre “porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (10:4-5).
El objetivo de la vida es más que ser liberados del dominio del pecado dentro de la misma (aunque obviamente es muy importante, Romanos 6). El propósito de tal liberación no es más “sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Romanos 6:13). Los tiempos de Pablo en 6:13 son importantes. El primer “presente” en la primera parte del verso 13 (no impresa aquí) es imperativo; el segundo “presente” (impreso) es un aoristo imperativo. Como pueblo redimido por Cristo y apartado para su gloria, no continuamos con el ofrecimiento a nuestros “miembros” (cualquier parte de nuestro cuerpo, una palabra de armas utilizada) de injusticia. Un pueblo redimido y santificado debe tomar una decisión consiente, mental y voluntaria de no vivir más según los mandatos de la carne y el espíritu de la edad. Por el contrario, presentarse a sí mismos (el aoristo denota un punto bastante claro de determinación) como seres que no viven como “muertos vivientes” más sí como aquellos que están “vivos en Cristo”. Por lo tanto, nuestra vida, en cada aspecto, se torna rodeada de justicia y Dios. Ese es un acto de entrega total. Puede que queden focos de resistencia que deban ser transformados, áreas de la vida en donde la gran conformación del mundo es confrontada y enderezada; pero ante los ojos de Dios y en el ser interior, se debe adquirir postura y tomar una decisión.
El objetivo y enfoque de la santificación en nuestras vidas es, pues, vivir como “nuevas creaturas” en Cristo (2 Corintios 5:7). Somos una “nueva humanidad” (Efesios 2:15; 4:24; Colosenses 3:10), que se manifiesta a través de la iglesia, de manera que los principados y poderes del mundo conozcan la multiforme sabiduría de Dios (Efesios 3:10). La obra de la santificación de Dios en nosotros es para revelar su gloria y el significado de la misma para todos aquellos en Cristo. Esta no es una vida inconsciente e inmune a las tentaciones y vulnerabilidades a las que nos enfrentamos; por el contrario, es una vida que se encuentra profundamente agradecida por la misericordia y gracia de Dios, que nos libera del poder de las tinieblas (Colosenses 1:12-14). Por eso, ya no somos hijos de las tinieblas sino hijos e hijas de Dios, que caminan en la luz (Romanos 13:12; Efesios 5:8; 1 Tesalonicenses 5:5).
Nuestro énfasis durante este año en la santidad, es un claro llamado a “presentar armas”. Se requiere de nuestra “atención” y oídos para escuchar la voz de Aquel que nos llama. Además, demanda que poseamos “armas” espirituales de verdad, integridad, honestidad, paz, gracia y amor, listas para ser utilizadas a favor de la justicia de Dios.
Durante este verano, varios adolescentes y adultos jóvenes de la IPHC, de todas partes de EE.UU., se reunirán en Daytona Beach, Florida; cientos de Latinoamérica lo harán en Costa Rica, y muchos más de Europa en Hungría para buscar la santidad. Muchos de ellos se encuentran luchando con los patrones del mundo que les han atrapado. Adicciones del mundo químico y digital han llenado sus mentes, corazones y cuerpos. Ellos están a la espera de una verdadera libertad de autenticidad, esperanza y amor. Aspiran saber que Dios es real y vive; anhelan por algo más que una película o una canción pegadiza. Ellos, al igual que nosotros, desean experimentar la plenitud y verdadera condición humana a la que están destinados ser, dentro del amor redentor y santificador de Dios.
Pido que se una a mí en oración para pedir por estos jóvenes, para que tengan un encuentro con el poder transformador, la misericordia y gracia de Dios. Ellos heredarán gran parte de este siglo y su asignación generacional es hablar verdad y amor a aquel mundo que es tan diferente del mundo en el cual nuestras generaciones fueron preparadas. Sus mentes ya están conectadas de manera distinta, debido al crecimiento del mundo digital. Pero la condición humana, el anhelo y la esperanza siguen siendo la misma: la plenitud que proviene de la vida transformada del Hijo de Dios, Jesús el Señor.
Es hora para que la santidad y la santificación tengan nuestra “atención”. Es el momento para un rendimiento total ante el señorío de Jesucristo. Es la etapa para “presentar armas” con armamento de justicia. ¡Este es el momento preciso, sin importar el idioma o la cultura!
This article was published in the August 2016 issue of Encourage.