By Doug Beacham
En el mes de enero, durante la Conferencia Synergize 2016 oficiada en Orlando, Florida, dirigida por el Dr. James Davis, tuve la oportunidad de conocer a Leon Fontaine, pastor de la iglesia “Springs Church” en Canadá. Con seis campus ubicados en cuatro ciudades canadienses y además presencia televisiva canadiense, Fontaine se enfocó en lo que él llama “espíritu contemporáneo “como un medio efectivo para alcanzar personas para Cristo. Me encuentro leyendo un pre lanzamiento de su próximo libro, “La vida del espíritu contemporáneo (The Spirit Contemporary Life)”. Es uno de los libros más inspiradores y relevantes sobre evangelismo que he leído.
La experiencia de la vida temprana de Fontaine como paramédico, lo puso en contacto con personas viviendo al borde de la misma. Él comparte un sin número de historias con respecto al poder milagroso de Jesús al traer sanación a todos aquellos que lo necesitan y además, sobre el guiar personas hacia una relación más íntima con Jesús.
Lo que me encanta de Fontaine es que él no es la caricatura de un típico evangelista, ni tampoco lo es en el púlpito ni la televisión. Él tiene los pies puestos en la tierra, es de bajo perfil, y aun así apasionadísimo acerca de Jesús. El escenario central es Jesús más no el evangelista mismo.
En su sitio web Fontaine escribe, “Creemos que Jesucristo vino a la tierra para que así todas las naciones e individuos tuviesen vida y la viviesen al máximo. Nuestro propósito es alcanzar al mundo para Él, y la manera más efectiva de lograrlo es tanto funcionando poderosamente en el Espíritu Santo como adaptándonos para conectarnos mejor con aquellos que deseamos alcanzar. A esto es lo que llamamos espíritu contemporáneo”.
Durante meses, a medida que la IPHC ha preparado su enfoque en el valor fundamental de la santidad, he tenido un sentir particular en mi corazón el cual indica que es imperativo que recordemos, y descubramos nuevamente, que la santidad no es aislamiento o reclusión del mundo. La santidad es el testimonio que le refleja al mundo la gloria de Dios y su visión de vida abundante para el mismo.
Abraham, el padre de los creyentes, fue llamado a vivir en la presencia de Dios de manera tal que fuese una bendición para el mundo (Génesis 12:2, 3; 22:17). Sus descendientes tuvieron el llamado a ser una nación santa entre todas las demás naciones del mundo. Ellos fueron separados de las naciones con el fin de estar entre ellas como gente que vivía bajo el pacto de obediencia ante el Creador de todas las generaciones. El testimonio de ellos era el vivir por gracia, creyendo y confiando en Dios como el Rey.
El pueblo de Israel no mantuvo el pacto y fracasó al vivir vidas como aquellos a cargo de alumbrar el camino para los gentiles. Creemos que un día Israel será reconstituida como aquellas personas del pacto y las naciones encontrarán su camino hacia Jerusalén como cumplimiento de la profecía. Pero fuera de Israel, entre estas personas del pacto, Dios cumplió su promesa a través del linaje de David que el Mesías vendría. El Mesías es Jesús de Nazaret, concebido por el Espíritu Santo, nacido de una virgen, y presente entre nosotros como el Hijo de Dios.
La iglesia tiene el llamado a vivir como una bendición para el mundo. Por medio de Jesús, Dios llama a las personas de “todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis 5:9; 14:6) a ser santos y servirle en el mundo (1 Pedro 2:5, 9). En vez de un solo grupo étnico, en una localidad en particular, ahora el pueblo santo de Dios habla cientos de lenguajes, y están ubicados en cada ciudad y nación, y son de varios colores y razas.
Deseo invitaros a descubrir nuevamente lo que significa el vivir como gente santa en este mundo profano. El utilizar la frase de aliento de Fontaine, significa el vivir un “espíritu contemporáneo”. Lo que no significa un rechazo del pasado; por el contrario, es una afirmación que Jesús es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Hebreos 13:8). Jesús siempre es contemporáneo porque Él es el Señor.
Si el 2016 fuese el cumplimiento de los tiempos al Mesías nacer, Jesús se vestiría como nosotros, no como en el primer siglo judío en Israel. Escribiría en la tierra y enviaría tweets a través de su dispositivo móvil. Llamaría a hombres a la orilla del mar y a las mujeres trabajando en Google. Sanaría leprosos e infectados con VIH. Salvaría a aquella mujer sorprendida en adulterio y liberaría a todo aquel adicto a la pornografía y clubs de striptease. Alimentaría a cinco mil y le daría esperanza a millones atrapados en los guetos modernos.
Sí, Jesús sería una amenaza para el Herodes, los emperadores y el Caifás del mundo moderno. Y sí, el medio actual lo levantaría con el fin de despedazarlo. Y sí, al final del día, le crucificaríamos ante un comité del Congreso y luego lo presentaríamos como el enemigo número uno.
Pero Jesús es santo entre nosotros y nos llama a ser santos junto con Él. Y Él y nosotros somos llamados a ser la “santidad contemporánea”.
Mientras medito sobre la santidad y el evangelismo (Isaías 6) el llamado del profeta Isaías mueve mi corazón. Dicho llamado ocurre en medio de una crisis nacional, aquella que refleja una pérdida de liderazgo y dirección nacional. En medio de dicha confusión, Dios habla con su visión: “Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos; ¡la tierra entera está llena de su gloria!” ¿Comprendió eso? ¡Dios ve a la tierra entera llena de su gloria!
Sospecho que responderemos de la misma forma como lo hizo Isaías, somos “desechos, impuros”. Pero la revelación de la divina santidad siempre quiere llegar a personas como nosotros y “tocarnos” desde el altar. Es oportuno que una de nuestras primeras revistas de Sanidad Pentecostal fuese “Brasas de Fuego” (Live Coals of Fire)”. El poder santificado, la evidencia en la remoción de la iniquidad y la purga del pecado, siempre están seguidos por el llamado de Dios, “¿Quién irá por nosotros?”.
Que en nuestro mundo contemporáneo seamos aquellos que responden, “¡Aquí estoy! envíame”.