Por Doug Beacham
Durante los primeros cuatro meses de 2016, el enfoque principal de la IPHC ha sido “El recurso de la santidad: Dios”. En esta columna deseo continuar dicho énfasis haciendo hincapié en el eterno Hijo de Dios, Jesús, el “unigénito del Padre” (Juan 1:14, 18; 3:16, 18; 1 Juan 4:9), quien es la “plenitud” de la revelación del ser, carácter y voluntad del Padre (Juan 1:16; Efesios 1:23; 3:19; 4:13; Colosenses 1:10; 2:9).
El espíritu del mundo quiere que descubramos, sepamos, y experimentemos a Dios pero sin la referencia respectiva hacia Jesucristo. Dicho enfoque se manifiesta a sí mismo como “el espíritu del Anticristo”. Las descripciones bíblicas de este espíritu y la siguiente figura histórica conocida como el “Anticristo” se encuentran en 2 Tesalonicenses 2:3-12 y en las cartas del apóstol Juan (1 Juan 2:18, 22; 4:3; 2 Juan 1:7). Este espíritu, el cual siempre ha operado en el mundo pero especialmente desde la encarnación de Jesucristo, se ha caracterizado por rechazar el hecho que Jesús de Nazaret es el Mesías de Israel y el Hijo de Dios. El Nuevo Testamento deja bastante claro que la confesión acerca de que Jesús es el Hijo de Dios es esencial para el núcleo de la fe cristiana y para la salvación.
Examinemos cómo el Nuevo Testamento revela la Santidad de Jesús y lo que esta significa para nosotros.
Primero, Jesús fue “concebido por el Espíritu Santo” en el vientre de la virgen María (Mateo 1:18, 20; Lucas 1:30-35). Así pues, la Santidad del eterno Hijo de Dios, quien existió antes de la creación y por medio del cual todas las cosas son creadas (Colosenses 1:15, 16; Hebreos 1:2, 3), se hace clara por el acto mismo de la concepción. Jesús, el Hijo de Dios se convierte en el Hijo del hombre por amor a nosotros.
Su santidad es conocida en los primeros días de su vida cuando fue presentado ante Simeón en el Templo para ser dedicado al Señor. Dicha presentación, se refleja nuevamente en Éxodo 13:2, inmortaliza que este niño, como todo bebe recién nacido, es “llamado santo para el Señor” (Lucas 2:23). Jesús es el cumplimiento de aquella Santidad profética revelada a Israel.
Segundo, mientras que la palabra “santo” no se utiliza en las tentaciones de Jesús, el asunto fundamental se relaciona a la identidad de Jesús como el Hijo de Dios (Mateo 4:1-11; Lucas 4:1-13). Este intento de Satanás por envolver a Jesús tal cual como lo hizo con Adán y Eva en el Jardín (Génesis 3). A través de su santo carácter y llamado, Jesús de Nazaret durante un periodo de cuarenta días, rechazó todas las tentaciones de Satanás, las cuales se basaron en malos entendidos y manipulación de la clara Palabra de Dios.
Tercero, en los evangelios espíritus impuros disciernen que Jesús es “el Santo de Dios”. Marcos 1:24 y Lucas 4:34 revelan el reconocimiento de la gente hacia Jesús, que los poderes de las tinieblas lo reconocieran y estuviesen aterrorizados de su poder y el sometimiento a su autoridad.
Cuarto, Jesús “santificado” “que ellos (los discípulos, incluyéndonos) también somos santificados por la verdad” (Juan 17:19). En el verso 17 Jesús reveló que esa es la Palabra de Dios, la verdad que nos santifica.
Quinto, Hechos 2:27 citando Salmos 16:10, afirmó que el “Santo” de Dios no “verá corrupción en el sepulcro”. En otras palabras, aunque el cuerpo de Jesús fue herido, molido y ensangrentado en la cruz, al morir Satanás no pudo iniciar corrupción alguna en contra de su carne. El triunfo de la resurrección, por el “Espíritu de la santidad” (Romanos 1:4), fue el triunfo redentor de Dios sobre todo lo que Satanás robó en el Jardín.
Sexto, en las cartas de Pablo, él reconoce que la Iglesia, el cuerpo del Señor resucitado, “es un templo santo”, “sin mancha alguna” (Efesios 2:21; 5:27). Esta es una declaración maravillosa dado lo que sabemos y experimentamos sobre nosotros mismos, los miembros del cuerpo de Cristo. Nosotros “tenemos este tesoro en vasos de barro”, Pablo escribió en 2 Corintios 4:7, para un cuerpo de creyentes que en muchos aspectos eran cualquier cosa menos santos. Sin embargo, debido a todo lo incomparable a la santidad de Jesús, la Iglesia es, sin embargo, una realidad sagrada a la espera de la plena revelación de la gloria de Dios.
Esta es la razón por la que la declaración de Pablo en 1 Corintios 1:30, 31 es tan importante. Jesús “el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios y justificación, santificación y redención, para que, tal como está escrito, ‘El que se gloria que se glorie en el Señor'”. Esta es la razón por la cual Jesús continúa la obra en su iglesia, santificándonos y limpiándonos para su gloria (Efesios 5:26).
Es por ello que nosotros, como miembros del cuerpo de Cristo alrededor del mundo y a través de las generaciones, no nos exaltamos o glorificamos a nosotros mismos. ¡Existimos en este mundo para glorificar a Dios por medio de nuestro santísimo Señor Jesucristo!
Séptimo, Apocalipsis 3:7 y 6:10 nos recuerda que el Señor de la historia, Jesús, es “santo y verdadero”. Existe el “lado derecho de la historia”. Pero no se determina por la voluntad propia de los políticos, economistas, o cualquier otra persona. Se determina por aquel que es el “santo y verdadero”.
Finalmente, Hebreos 2:10-18 nos recuerda sobre la gran misión de Jesús mientras trae “muchos hijos a la gloria”. Jesús es el “capitán de [nuestra] salvación” porque “tanto él, quien santifica, y aquellos que han sido santificados son todos de uno”. ¡Es por ello que Jesús “no se avergüenza de llamarnos hermanos!” Él le declara al Padre, “Aquí estoy, yo y los hijos que Dios me ha dado” (Hebreos 2:13/Isaías 8:18).
La fuente de la santidad no es una abstracción teológica conocida como “Dios”. Nuestra fuente, Jesús, participó “de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo” (Hebreos 2:14). ¡Esas son las buenas nuevas que hemos recibido y por lo tanto las compartimos!
This article was published in the March 2016 issue of Encourage.