Por Doug Beacham
Recientemente, tuve una conversación con Bryan Nix, un joven misionero de la IPHC que ha servido en el sur de África y actualmente planea servir en Asia. Graduado de “Southwestern Christian University” con un extenso pedigrí en ministerio/misionero (su abuelo es el Rev. Elvio Canavesio), Bryan es uno de esos siervos y líderes emergentes que va en contra de las descripciones populares del milenio. En tan solo unas cuantas semanas será presentado en un video llamado “Generations” el cual no querrá perderse.
A pesar de que la nación de Lesoto, es un país pobre y sin litoral ubicado en el sur de África, su ministerio incluyó ayuda para que la gente pudiese escapar del mundo oscuro del tráfico humano. Mientras nuestra conversación seguía su curso en el aspecto principal del ministerio, la plática tomó un giro hacia el tema de la santidad. Bryan citó Mateo 5:8, “Bienaventurados los de limpio corazón,
porque verán a Dios” y Hebreos 12:14, “Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (RVR 1995).
En el contexto de diálogo, Bryan habló acerca de la santidad como un “puente” para “ver a Dios”. Durante el transcurso de la misma, pensé claramente sobre el enfoque de la IPHC en la santidad dirigido hacia los siguientes cuatro meses restantes del año en curso: irradiar. ¿Cómo es posible vivir de manera tal que nuestras vidas, actitudes y acciones manifiesten la santidad de Dios a este mundo profano en el que vivimos?
Durante el transcurso de este año, he reflexionado sobre la naturaleza santa de Dios y como el evangelismo y la santidad van a la par. El evangelismo es el anuncio de las buenas nuevas de “vida abundante”, una manera para vivir en la plenitud que Dios tiene designada para cada persona que responda en fe ante el evangelio. La santidad es nuestra demostración específica de dicha “vida abundante”, que por sí misma invita hacia el caminar con Jesús.
Además, la santidad es otra manera para describir el discipulado. Un seguidor de Jesús es aquel que toma una postura mental, emocional y espiritual de ser un gran estudiante ante aquel que es más grande. Nuestras vidas pasan a ser conformadas en la de Jesús. Existe un proceso dentro de esto, el cual es el “puente para cruzar”. Primero, en todas y cada una de las cosas, Dios toma la iniciativa para llegar hacia nosotros; somos impotentes sin la manifestación de su gracia. Esa es la razón por la cual 1 Juan 4:19 nos recuerda que, “Nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero” (RVR 1995). Dios construye el puente hacia la eternidad por medio de su Hijo Jesús, Palabra viva y revelada.
Pero es muy importante responder ante aquel que permanece a nuestro lado del puente, el que viene a nosotros y nos invita a cruzar junto con Él dentro de la vida abundante. Hemos de responder con fe, arrepentimiento y con la realidad de un nuevo caminar forjado en la Biblia y en el Espíritu Santo.
Es la realidad por la cual somos bendecidos para ser “puros de corazón”, la que nos lidera hacia el descubrimiento satisfactorio. La frase de Jesús en Mateo 5:8, “limpios de corazón”, le da un matiz profundo hecho por Soren Kierkegaard: “la pureza del corazón es el desear algo”. Es simplemente una reminiscencia de las palabras de Jesús, expresadas más adelante en el sermón de la montaña, “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Aquellos discípulos que han aprendido como sumisos e inspirados por la gracia a “seguir la santidad”, descubren la revelación de quién es Dios. Podemos ver el rostro de Dios sin miedo a morir debido a nuestra flaqueza humana.
¿Cómo es posible poder llegar a ver a Dios? Le vemos en los rostros y llantos de las demás personas. El pasaje de Hebreos 12:14 enlaza “paz” y “santidad” con el “ver” al Señor. Además, conecta el “seguid” con todos”. El erudito experto en el Nuevo Testamento Gareth Lee Cockerill traduce la frase, “juntos seguid para alcanzar la paz”.[i]
Es mucho más que la acción individual; es la unión del cuerpo de Cristo que reconoce el rostro de Dios en aquellos distantes de Él. Las palabras sorprendentes de Jesús en Mateo 25:35-46 nos recuerdan que el imperativo escatológico del evangelio va más allá del éxtasis espiritual personal. Los dones carismáticos no sirven de nada sin el amor de los unos por los otros (1 Corintios 13:1-2). Actos sacrifícales, aunque aclamados como nobles, sin amor, quizás trabajen en los esquemas de la utopía, pero no en el reino de Dios (1 Corintios 13:3).
Me parece que la santidad y el ver a Dios, son el antídoto de los buenos significados de las utopías. Particularmente, lo dicho aplica para nosotros como agendas seculares que se presionan a sí mismas sobre nosotros sin hacer referencia al Dios viviente. Los dos extremos del mundo político, de derecha o izquierda, ofrecen sus propias escatologías. Sin esperanza, las agendas políticas, sociales y económicas carecen de tracción y apelación. Por lo tanto, generan esperanza-visiones basadas en las agendas humanas nacidas en los esquemas y planes de la humanidad caída. Esa es la razón por la cual la escatología de las agendas humanas conlleva su propia forma de juicio frente a todos aquellos que no pueden ser suscritos al “sueño”. En la historia moderna, los extremos son vistos más vívidamente dentro de los asesinatos masivos del siglo XX, como ideologías políticas en busca de la imposición de sus visiones de utopía. No se debe presumir que los visionarios y soñadores del siglo XXI son algo menos inmunes frente a las mismas tentaciones de abuso y privilegio.
Es por eso que encuentro la imagen del puente, expresada por Bryan Nix, muy fructífera. Si pudiésemos ver el santo rostro de Dios, y darnos la vuelta y ver su imagen en los rostros y vidas de los demás, es entonces cuando podemos ofrecer “la paz que sobrepasa en entendimiento” (Filipenses 4:7). Lo que nos ayuda a entender lo que Jesús dijo en Juan 14:27, “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”.
La santidad y la paz de Jesús son las que nos mantienen “en la búsqueda con toda la paz”; nos liberan de la ira que proviene de la desilusión; son aquellas vistas en su rostro, las que nos permiten tener paciencia, sabiduría, fuerza y esperanza, para vivir vidas en santidad de nuestro lado del puente.
[i] Cockerill, “The Epistle to the Hebrews,” in The New International Commentary on the New Testament (William B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, MI., 2012) págs. 633, 634.
This article was published in the September 2016 issue of Encourage.