Este año, el domingo de Pascua es el 16 de abril para todos los cristianos alrededor del globo. Esto quiere decir que las congregaciones de la IPHC ubicadas en el este de Europa, que frecuentemente siguen el calendario ortodoxo, celebrarán la pascua, o Pascha, en la misma fecha que en la parte occidental. Entonces, como familia global, nos unimos con un tercio de la población humana para declarar que “Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras” (1 Corintios 15:3, 4, NKJV).
Durante esta sagrada temporada, me encuentro reflexionando en lo que significa para nosotros como seguidores de Jesús, en un mundo con tan poca cognición de la presencia de Dios: pasado, presente o futuro. Blogueros y podcast nos advierten que estamos predicándole a personas que no nos escuchan y que estamos contestado preguntas que nadie ha formulado. Puede que eso sea cierto; pero en caso de ser afirmativo, entonces es la misma verdad de Dios revelada a Isaías seguida del llamado profético.
Siempre he sentido cierta parcialidad frente a Isaías 6:1-8. Fue un texto predicado por el difunto Rev. Durant Driggers a principios del mes de octubre de 1967, durante las recitaciones “King Memorial Lectures” en el campus de “Emmanuel College”. Al final del mensaje, respondí ante el llamado de predicar el evangelio. La Biblia que estaba utilizando aquella noche, me había sido dada como regalo de graduación del bachillerato a principios de ese año por el Rev. John W. Swails y la congregación de la iglesia de santidad Pentecostal de Franklin Springs. He marcado el comienzo del mes de octubre del año en curso, para recordar el 50vo aniversario del llamado de Dios. Saqué esa vieja Biblia del estante y comencé a leer las notas escritas allí en aquellos días; está bastante desgastada y desojada; pero su mensaje es eternamente cierto.
Lo que no llegué a saber sino hasta tiempo después, es que luego de la gloriosa escena del llamado de Isaías, el ministerio de los profetas sería básicamente lo que los expertos contemporáneos dicen:
Él dijo: ―Ve y dile a este pueblo: “Oigan bien, pero no entiendan; miren bien, pero no perciban”. Haz insensible el corazón de este pueblo; embota sus oídos y cierra sus ojos, no sea que vea con sus ojos, oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y sea sanado. Entonces exclamé: ―¿Hasta cuándo, Señor?” (Isaías 6:9-11a).
No estoy seguro de cómo habría respondido si el Rev. Driggers me hubiese dicho que yo ministraría en un tiempo similirar al de Isaías. Quizás él fue lo suficientemente sabio como para meterme en el juego, y dejarme descubrir la cruda realidad de una cultura con corazones endurecidos, líderes cínicos, y un pueblo sin el conocimiento de la necesidad del arrepentimiento.
Así que tal vez este fin de semana de Pascua, nosotros e Isaías no estaremos tan alejados. John Swails solía predicar que el evangelio es la panacea y la cura para lo que aflige a la humanidad. Pero, si el doctor espiritual no diagnóstica correctamente, ¿cómo puede ser correctamente administrada la medicina? Si el paciente se niega a aceptar la realidad de su condición, y rechaza el único medicamento que le curará, ¿qué puede hacer el doctor? ¿qué tal si las preguntas son formuladas de manera incorrecta? ¿Qué deber tengo para proclamar la verdad de la condición y su cura? ¿Será que Ezequiel se estaba dirigiendo a nosotros cuando Dios le habla acerca de los centinelas (Ezequiel 3:17; 33:1-7)?
John Wesley les predicó a miles de personas durante el siglo XVII. Mientras el diminuto predicador proclamaba la verdad en los campos alrededor de Inglaterra, los opositores lo interrumpían tirándole cosas, haciendo hasta lo imposible para que el mensaje fuese predicado y escuchado. Pero Wesley conocía la verdad acerca de la condición de la multitud y además tenía conocimiento de la verdad de la única cura.
Desde el púlpito de la Iglesia de Santa María “St. Mary’s Church” ubicada en Oxford, Inglaterra, el 18 de junio de 1738, Wesley predica, su ahora famoso sermón “la salvación por medio de la fe” de Efesios 2:8, “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe”. Cuidadosamente expone la verdad de nuestra condición pecaminosa y la verdad del antídoto misericordioso de Dios:
La fe cristiana reconoce su (Jesús) muerte como el único medio suficiente para redimir al hombre de la muerte eterna, y su resurrección como la restauración de todos nosotros a la vida y a la inmortalidad; en cuanto a que él fue entregado por nuestros pecados y resucitó por nuestra justificación. Entonces, la fe cristiana, no es solo un asentimiento para el todo del evangelio de Cristo, sino que también es la dependencia plena en la sangre de Jesucristo; una confianza en los méritos de su vida, muerte y resurrección; una inclinación hacia él como nuestra expiación y vida, dada y viviendo en nosotros; y en consecuencia a esto, un acercamiento y unión a él, como nuestra ‘sabiduría, justicia, santificación y redención’ o en una sola palabra, nuestra salvación[i].
Si las preguntas del mundo para la Iglesia son como estas: ¿cómo puedo ser exitoso? ¿cómo puedo ser feliz? ¿cómo puedo estar satisfecho? ¿qué tanta inmoralidad puedo cometer y continuar siendo aceptable para Dios? entonces nuestras respuestas no pueden dejar de hacerle frente con la verdad a la necedad de tales preguntas. Pero por el contario, si las preguntas son: ¿cómo puedo ser salvo? ¿existe esperanza para mí? ¿cómo puedo heredar la vida eternal? entonces nuestras respuestas deben hacerle eco a John Wesley mientras predicamos y personalmente testificamos la Gracia de Dios para con nosotros en Jesucristo.
Por lo tanto, en esta Pascua, me encuentro de regreso a la “antigua, antigua historia”. El viernes santo y la mañana del domingo de Pascua no necesitan de mi reinterpretación socio o psicológica, ni de mi desmitificación o mis esfuerzos sin importancia en relevancia. Lo que realmente necesitan es que vuelva a decir en oración y fielmente con confianza que el Espíritu Santo, el mismo que levantó a Jesús de entre los muertos, tocará nuestros oídos, ojos y agobiados corazones.
[i] John Wesley’s Forty-Four Sermons, (London: Epworth Press, 1995 edition), pp. 3, 4.
[i] Los cuarenta y cuatro sermones de John Wesley (Londres: Prensa Epworth, edición 1995), págs. 3, 4.