By Doug Beacham
Uno de mis diarios favoritos es @touchstonemag. Desafía mi forma de pensar y trata asuntos contemporáneos y teológicos desde el marco de C.S. Lewis y de reflexión histórica cristiana. Uno de sus editores principales es Patrick Henry Reardon, pastor de la iglesia ortodoxa “All Saints Orthodox Church” ubicada en Chicago. Recientemente, comencé a leer un estudio de Reardon titulado “The Incarnation” (La encarnación). Es el primero de tres volúmenes bajo el título general “Reclaiming the Atonement (La recuperación de la expiación): una teología ortodoxa de redención”.
No, no es aburrido ni tampoco irrelevante. De hecho, reflexiones cristianas teológicas importantes pueden ser más significativas que antes. Hoy en día, el mundo es un lugar muy ruidoso. Asuntos tales como la economía global, cuestiones raciales y de inmigración, el medio ambiente, cambios en las fronteras de carácter religioso y político, y ahora, en los Estados Unidos, el próximo ciclo de elecciones que acontece cada cuatro años, todo esto suena como los estruendos desconcertantes que se viven en Oklahoma asociados a terremotos y tornados. Desesperadamente necesitamos los sonidos claros de los cielos que declaren el amor, la santidad y la verdad de Dios para este mundo a través de Jesucristo.
Todo lo anteriormente mencionado me trae de regreso al enfoque de la IPHC para este año 2016, la santidad. A su vez, me transporta hacia algunas ideas escogidas del libro de Reardon sobre Isaías. Tenía conocimiento de San Juan 12:37-41, pero no le había prestado la atención necesaria hasta que Reardon lo discute de manera más completa. Tome un momento para abrir su Biblia y busque el pasaje mencionado. Note que el verso 38 cita Isaías 53:1 y el verso 40 Isaías 6:10. Además de los comentarios obvios hechos por el evangelista citados en el capítulo 12:37-39, su punto primordial es sobre la incredulidad; lo que es particularmente significativo, es la visión del Espíritu Santo para Juan, Isaías “Estas cosas dijo Isaías porque vio su gloria y habló acerca de él” se refiere a Jesús (12:41).
Se da a conocer en Isaías 6:1 que el profeta, en un momento de pérdida de liderazgo e incertidumbre en la nación que “vi al Señor excelso y sublime, sentado en un trono”. Oyó el sonido de los cielos que decía “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria” (6:3). ¿A quién vio Isaías en aquella visión reveladora? Vio al Mesías de Israel, aquel que vendría como “Emanuel, Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 7:14; 9:6).
Ya que Isaías no conocía el nombre “Jesús”, dado por revelación a José y María algo así como 700 años más tarde (Mateo 1:21; Lucas 1:31), tampoco hizo ninguna asociación referente a ese nombre en cuanto al revelado como aquel que vendría como el encarnado hijo de Dios, aquel que sufriría y moriría por nuestros pecados, y que se levantaría en gloria para efectuar la redención de este cosmos.
Reardon llamó a Isaías “el profeta de la santidad divina. Este motivo penetra para unir a las tres grandes sesiones de este libro profético”. Dicha afirmación se valida por el uso del lenguaje. La frase, “el Santo de Israel” es encontrada 26 veces a lo largo del libro, pero es utilizada solamente otras 6 veces en el resto de la biblia hebrea. El adjetivo “santo” es utilizado 33 veces en Isaías y otras 26 en el resto de la biblia hebrea (Reardon, pág. 76ff).
Al parecer esta conexión de santidad con el plan redentor de Dios a través de Jesucristo, es un tema importante para nosotros a medida que presenciamos los confusos sonidos de nuestra generación. Desde enero nuestro enfoque, cada mes, se ha establecido en la “Fuente de la Santidad”. El mes pasado, les escribe acerca de Jesús como la manifestación de dicha Fuente, y me siento nuevamente atraído hacia Jesús.
Uno de los aspectos atractivos de la teología ortodoxa, es el énfasis en el propósito de Dios en restaurar la gloria de la humanidad. Es por eso, que dicha teología enfatiza la encarnación de Jesús como el revelador de lo que la humanidad está destinada a ser.
Esta es una parte necesaria de la tradición teológica de la santidad que hace parte de nosotros. Nuestra tradición ha tenido la tendencia a enfocarse en la dimensión del “pecado” de la obra de Jesús en relación con la santidad. Obviamente es cierto y apropiado. Desesperadamente necesitamos el perdón de nuestros pecados y ser limpiados de toda maldad (1 Juan 1:9). La obra de Jesús en la cruz, es esencial y de ninguna manera minimizo nuestro énfasis.
Por el contrario, quizás sea tiempo para que también enfaticemos en lo que estamos destinados a ser en esta vida y en la que viene. En la próxima vida, nos enfocamos justamente en la glorificación. Pero también, debemos afirmar el poder del Espíritu de Dios para que nos permita vivir de manera fructífera y abundante, ya que vivimos dentro de las limitaciones de la existencia humana “al este del Edén” (Juan 10:10; 15:16).
Si podemos brillar como luz en la oscuridad, y como sonidos de la música celestial que se escucha a este lado, la gloria del Señor se manifestará sobre la confusión en la oscuridad de nuestro mundo. Es importante recordar lo que Isaías escuchó del cielo. El sonido de alabanza y adoración “santo, santo, santo” seguido de esta proclamación, “toda la tierra está llena de su gloria” No, “quizás sea llena”, o “será llena”, o “debería ser llena”, más sí “está llena de su gloria. Intuyo que la palabra “está” se relaciona directamente a nosotros, los hijos e hijas redimidos del Dios viviente y santo en este mundo. ¡No existe cuestionamiento alguno en cuanto a lo que la palabra “está” significa! La cual quiere decir, que el “está” de Dios es mayor que el poder del pecado, que busca manifestarse a sí mismo a través de todos nosotros.
This article was published in the April 2016 issue of Encourage.
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