En el 2019, la IPHC vuelve su atención hacia uno de sus más importantes e interesantes 7 valores fundamentales: la justicia. Es importante porque la naturaleza de Dios, nuestra experiencia pecaminosa y tratamiento para con los demás debe ser tenido en cuenta. Así, pues, Miqueas 6:8 nos habla poderosamente: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”.
La justicia es un tema desafiante ya que es controversial y de confrontación. Desafía actitudes, acciones y prejuicios propios, así como también el sentido del bien y del mal. Además, conlleva implicaciones políticas que frecuentemente nos dividen; a lo largo de la historia, “justificamos” nuestras divergentes filosofías, agendas y políticas. La unidad y el testimonio de los cristianos con frecuencia se queda corto debido a los diferentes puntos de vista con respecto a lo que significa seguir a Jesús como el Señor, y las ramificaciones políticas de dichos puntos de vista.
En este mundo dividido, los líderes de la IPHC deben dirigirse a nuestras iglesias y a nuestra cultura desde el punto de vista de lo que la Biblia dice acerca de la justicia. Durante los próximos doce meses, examinaremos la justicia mientras escuchamos las “voces” que nos hablan en la Biblia. Escucharemos las voces de los oprimidos, pobres, marginalizados, impotentes, y vulnerables. Pero lo más importante, es que oiremos la voz de Dios.
En el primer trimestre de este año varios artículos reflejarán “una voz en la oscuridad – ¿Dios es justo? En la primavera nuestro tema será “una voz en el desierto – la justicia en el Antiguo Testamento”. En el verano nos enfocaremos en “una voz para la iglesia – la justicia en el Nuevo Testamento”. Concluiremos el año con “una voz para el hoy – nuestra responsabilidad”.
Comenzamos este primer trimestre con “una voz en la oscuridad”. El bullicio de las redes sociales y los medios de comunicación es como una cacofonía que bloquea cualquier sentido de silencio, claridad o paciencia. Es un caos moral en un mundo que intencionalmente ha rechazado la revelación divina; lo irónico es que mientras se rechaza la verdad de la Escritura, se continúa culpando a Dios por los males de este mundo.
Todos tenemos estas preguntas: ¿No hay justicia? ¿Por qué Dios permite el sufrimiento? ¿Por qué la vida es tan injusta? Si Dios realmente existe, ¿dónde está? ¿Cómo Dios puede ser justo y aun así la violencia continua en su nombre? ¿Cómo Dios justifica a sus creaturas pecaminosas?
Esos son cuestionamientos legítimos; el simple hecho de formular dichas preguntas confirma el saber que algo está terriblemente mal, sabemos que debe haber una respuesta.
A principios de diciembre, vi la evidencia de nuestra condición pecaminosa caída, injusta y cruel. Visité Yad Vashem, el museo del Holocausto en Jerusalén; nuestro guía, con voz entrecortada, nos mostró el árbol conmemorativo del diplomático sueco Raoul Wallenberg. Compartió como los esfuerzos valientes de Wallenberg salvaron a su abuela y madre de la oscura noche que calló sobre Europa entre 1930 y 1940. Los indescriptibles horrores de aquella época continúan oscureciendo nuestro pensamiento relacionado con Dios y la justicia.
A lo largo de la historia se ha manifestado cierta tiniebla espiritual en la realidad de la vida diaria. El profeta hebreo Miqueas ministró la Palabra de Dios en dicho tiempo. En el periodo entre 750-700 b.C. Miqueas, junto con Isaías, llevaron la Palabra al reino del sur de Judá. Fue el momento del ascenso del imperio asirio y amenazas contra Judá y el reino del norte de Israel. Ambos profetas expresaron advertencias para Judá e Israel y les rogaron que se arrepintieran. El reino del norte fue destruido en el 722 por los asirios, utilizados por Dios para imponer castigo divino por su idolatría e injusticia.
El escenario de Miqueas 6 es la demanda de Dios en contra de su pueblo; él obligó a los israelitas a presentarse con su queja contra él, pero en cambio “Jehová tiene pleito con su pueblo” (6:2). La queja divina está directamente relacionada con Judá, ya que su pecado es como la injusticia del reinado corrupto de Acab unos 100 años atrás (Miqueas 6:10-16; 1 Reyes 16:29 – 1 Reyes 22:39).
El pecado de Acab fue la codicia, él estuvo dispuesto a mentir y matar con el fin de satisfacer su lujuria (1 Reyes 21).
Las tres secciones principales de Miqueas comienzan con la palabra “oíd” (Miqueas 1:2; 3:1; 6:1). Dada la advertencia de Isaías y Miqueas en contra de la idolatría e injusticia, uno no puede dejar de discernir el gran mandamiento de Israel: “Oye, Israel, el Señor tu Dios es uno” (Deuteronomio 6:1). El imperativo “oye” significa que alguien está hablando; ese alguien es la voz de Dios.
La voz de Dios nos llama hacia el tipo de adoración verdadera que conlleva a vidas transformadas; la advertencia del apóstol Pablo en Romanos 12:1-2 también es instructiva. Fácilmente caemos en las mociones de alabanza pública, pero nos conformamos para con el mundo. Bien sea el domingo o en nuestras vidas privadas de devoción, estamos destinados a la trasformación por medio del poder de la Palabra y la presencia del Dios vivo.
El llamado profético nos desafía a vivir de manera consistente con actos de adoración del Dios viviente. Miqueas no dijo que la verdadera adoración debe incluir justicia, misericordia, y humildad (6:8). La voluntad de Dios no está escondida. Él dice: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno”.
Dios es claro con respecto a lo que la santidad demanda. Hacemos justicia; amamos la misericordia; caminamos humildemente ante Dios. La justicia se hace en relación con los demás; la misericordia fluye del amor genuino de Dios y los demás; y la humildad borra nuestro orgullo y arrogancia.
¡Que este año sea una temporada de justicia transformadora a medida que escuchamos la voz de Dios!
Por Doug Beacham
Este artículo fue publicado en Enero de 2019 en la revista Encourage.