Ya que esta columna se ha escrito antes de la Conferencia General de la IPHC que se oficiará en la semana del 24 de julio, los resultados de nuestros negocios serán conocidos al esta ser leída. Sin embargo, mientras que creo que el don de la profecía aun continúa operando, es presuntuoso asumir de qué manera los delegados votarán frente a los asuntos de los negocios en el Conferencia General. Pero esto no es presuntivo: Jesús es el Señor y permanecemos enfocados en la realidad de su Reino.
A lo largo de este año, el enfoque de la IPHC ha sido el cuarto valor fundamental, “En la oración valoramos el Reino de Cristo”. El llamado a “valorar en oración” está basado en las propias instrucciones de Jesús mientras pronunciamos la oración otorgada por él mismo, “venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra” (Mateo 6:10). Pedimos para que el orden divino interrumpa el plan destructivo de Satanás en la tierra. Rogamos que la voluntad del Padre para con toda la creación, sea conocida en el cielo y en la tierra. La versión clásica de la oración concluye con las alusiones a Daniel 7:27, “Su reino será un reino eterno, y todos los dominios le servirán y le obedecerán”.
Parte de las enseñanzas de Jesús conocidas como el Sermón del Monte, el sermón completo en Mateo 5:1 hasta 7:29 reverbera con lenguaje del reino. Dos de las bienaventuranzas tratan sobre el reino (5:3, 10). Los pobres en espíritu tienen una parte en el reino; aquellos perseguidos por causa de la justicia, generalmente por poderes mundanos, tienen la promesa del reino eterno de Dios.
Frecuentemente, Jesús conectó el reino de Dios con la justicia (Mateo 6:33). La justicia de Dios, es la manifestación de su fidelidad a la palabra del pacto. Dios mantiene sus promesas y por lo tanto es digno de confianza. Su reino, es la esfera de la existencia, el presente y el futuro, donde la verdad divina reina a través de la naturaleza fundamental de Dios mismo: el amor (1 Juan 4:16). De los 105 versículos (New King James-versión en inglés), treinta y seis veces, en 1 Juan, el verbo o sustantivo amor (ágape) es utilizado. Un tercio de los versículos en 1 Juan trata sobre la realidad del amor de Dios; el cual siempre se ha manifestado en la relación del Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en la manifestación del amor divino por medio de nosotros para con los demás.
Larry W. Hurtado en “Destructor de los dioses: Distintivo de los primeros cristianos en el mundo romano” (Destroyer of the gods: Early Christian Distinctiveness in the Roman World (Waco, Texas: Baylor University Press, 2016)), relata que la comprensión cristiana de Dios y el amor, un entendimiento arraigado en las promesas del Señor para con Abraham e Israel, manifestado en Jesús de Nazaret, fue radicalmente un nuevo sentido para el mundo romano y griego. La obra de Hurtado se construye sobre el trabajo de Rodney Stark, especialmente en Stark’s 1997, “The Rise of Christianity”. Ambas son recursos importantes al considerar cómo vivir como seguidores de Jesús en un mundo post-cristiano, un universo sorprendentemente parecido al del primer siglo del cristianismo primitivo.
Pero debemos recordar que la revelación del “amor de Dios” no es aquella que proviene de una deidad que, bajo la bandera del amor, permite y acepta cualquier cosa. Tristemente, esa es la característica del cántico moderno “el amor gana” (love wins). Bien sabemos que no existe una vasija de oro al final del arco iris. La apropiación indebida del contexto en Génesis 9 con respecto al juicio y liberación divina, el arco iris moderno no es nada más que una fantasía que separa a las personas del poder transformador de la vida del reino de Dios.
Es por eso, que el escrito del apóstol Pablo, a la sede del poder imperial en Roma, podría ser relatado con relación a la justicia de Dios revelada en el evangelio “por fe y para fe” (Romanos 1:16-17). La justicia, la divina ira es revelada (Romanos 1:18-32). La ira divina no es la negación del amor divino, por el contario, revela la certeza de la justicia divina; lo que quiere decir que Dios es tan grande y poderoso que, el poder que conlleva el pecado, será confrontado por él mismo. Lo que significa que Dios toma el pecado seriamente, ya que este formalmente se ha encargado de destruir nuestra relación con él. Implica que al final, Dios tiene la determinación para obrar en la historia de la humanidad para restaurar su Reino.
En las últimas semanas, he estado leyendo el primer volumen del Dr. Thomas Oden “John Wesley’s Teachings”. Esos cuatro volúmenes son un tesoro del entendimiento de Wesley con respecto a la vida cristiana. Cada ministro de la IPHC necesita tener estos en su librería personal. Uno de los temas que constantemente aparece en los escritos y prédicas de Wesley es la realidad del amor de Dios. Existe un sentido profundo de felicidad y bendición que permea una vida cristiana al comprender el amor de Dios para con nosotros en Cristo Jesús; se descubre la realidad del reino de Dios y se cuenta con la esperanza basada en sus promesas.
A medida que el remanente del año pasa enfocándonos en el Reino de Cristo, espero que nuestras vidas sean llenas del amor de Dios, el cual se arraiga en su inmutable Palabra.
By Doug Beacham
This article was published in the Agosto 2017 issue of Encourage.