En agosto de 1996, el difunto Superintendente General B.E. Underwood convocó una asamblea solemne con el fin de confesarle al Señor siete pecados sistemáticos que formaban parte de nuestro pasado y presente: orgullo espiritual, prejuicio, espíritu controlador, racismo, dominación masculina, síndrome del hermano mayor, y avaricia. Cientos de líderes de la IPHC se reunieron en el santuario “Northwood Temple IPHC” en Fayetteville, North Carolina. Durante veinticuatro horas confesamos, oramos, lloramos y buscamos del rostro de Dios para nosotros personalmente, nuestro movimiento a nivel corporativo, y para nuestra nación y el mundo.
Recientemente me encontré recapacitando acerca de ese evento por dos razones en particular. La primera, el movimiento #MeToo ha traído a la superficie la realidad del continuo impacto de la “dominación masculina”. Desde Hollywood, los medios, deportes y la religión, una profunda conciencia ha sacado a relucir la realidad omnipresente del constante abuso en contra de la mujer. Una escritora, Beth Moore, que habló en la noche de apertura de la Conferencia General de la IPHC del verano pasado, confrontó a sus hermanos bautistas del sur el 3 de mayo, 2018 con “Una carta para mis hermanos”. Debería leer dicha carta; es relevante dentro de toda la familia cristiana alrededor del globo. Cuando leí la carta, no pude evitar pensar en el pecado que nuestra propia iglesia confesó hace veintidós años.
En Segundo lugar, en un vuelo reciente, vi la película “Spotlight”(Crímenes del vaticano) (2015). Basada en una historia real, la cual muestra como el “Boston Globe” en enero de 2002, expuso las décadas de abuso sexual de niños por parte de sacerdotes y el acompañamiento del encubrimiento eclesiástico en la arquidiócesis de Boston. Eso conllevó a la eliminación del difunto cardenal Bernard Law y reveló cómo el “Globe” mismo había menospreciado la historia una década antes. El poder oscuro de “espíritus controladores” por el abuso de los sacerdotes, la jerarquía de la iglesia, y el “Globe”, inclusive, revelan hasta qué punto los tentáculos del pecado tejen su camino destructivo de mentiras y encubrimientos.
Para que no seamos inconscientes de cómo el “orgullo espiritual” y el “prejuicio” nos pueden cegar, estos pecados han ocurrido dentro de movimientos evangélicos y pentecostales, incluyendo el nuestro. Dentro de la IPHC, fue hace una generación la que reconoció dichos pecados; pero un evento no nos marca para siempre. Una nueva generación se levanta, la cual tiene poca o ninguna referencia personal ni histórica de ese día en Fayetteville. Aun para aquellos de nosotros que estuvimos allí aquel día, estamos totalmente conscientes de que tan fácil volvemos a las formas sutiles en las que la cultura nos atrae con poder y prestigio; cuan fácil justificamos y excusamos nuestras propias actitudes y acciones; de qué manera nos convertimos en el fariseo en el templo que oró: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres” (Lucas 18:11).
Decidí escribir acerca de estas cosas por varias razones; la primera es que nuestro énfasis en el valor fundamental para el 2018 y el 2019 están correlacionados: “todas las generaciones” (2018) y “justicia” (2019). Si bien hemos destacado este año lo Bueno que Dios hace a través de y en cada generación, y resaltamos cuánto nos necesitamos entre sí, también es importante notar que tan fácil ocurre la pérdida de memoria generacional. Si “Después se levantó un nuevo rey en Egipto que no había conocido a José”, hace casi tres mil quinientos años (Éxodo 1:8), ¿nos sorprende que, en abril 12, 2018 un titular del “The Washington Post” leyese, el estudio del holocausto: dos tercios del milenio no saben lo que es Auschwitz? Aunque no he hecho una encuesta respectiva, sospecho que entre los asistentes a la IPHC, la gran mayoría no tienen idea alguna que la IPHC convino en Fayetteville para confesar dichos pecados. Me sorprendería que la encuesta milenaria entre nuestros propios jóvenes fuese diferente con respecto a Auschwitz.
Esto me conlleva a la segunda razón para esta columna; cada año, varios miles de adolescentes y jóvenes de la IPHC en EE.UU. se reúnen para “Accelerant” en enero y el “Youth Quest” en julio. Véalos: tienen celulares inteligentes, los juegos más geniales, y las aplicaciones más populares. Bien sea a través de Snap-Chat, Twitter, Instagram, o What’s App, pueden comunicarse alrededor del mundo o simplemente por el pasillo antes que el orador tenga la oportunidad de expresar la siguiente frase. Se nos ha dicho que a ellos les interesan temas tales como la justicia (https://theunstuckgroup.com/2015/06/millennials-and-social-justice-insights/).
Pienso que es importante que encontremos maneras para decirles que nuestra generación no ha olvidado lo que confesó antes que ellos nacieran; debemos mostrarle a la siguiente generación de hombres cómo tratar a las damas, así como Cristo lo hizo; hemos de mostrarles que la manipulación y el abuso sexual no es lo que hombres y mujeres piadosos hacen; tenemos que mostrarles que el amor de Cristo rechaza el odio racial y étnico; debemos mostrarles y recordarnos a sí mismos, que somos ciudadanos del Reino de Dios.
Por Doug Beacham
Este artículo fue publicado en Junio/Julio de 2018 en la revista Encourage.